En una ocasión, como gerente, tuve que salir de viaje a ver a unos clientes. Lo acostumbrado en la empresa en que trabajaba era dejar a cargo del área a uno de nuestros colaboradores. Tanto para que se foguearan como para que hubiera alguien que pudiera tomar decisiones durante nuestra ausencia.
Después de deliberarlo un poco decidí por quien consideraba sería la mejor opción. Él y yo éramos egresados del programa de formación de talento, así que tenía las bases para estar a cargo. Él era, en aquel entonces, una persona muy preparada con estudios de posgrado y todo un especialista en temas de materiales. Gran parte de su día transcurría en los laboratorios y analizando muestras de materiales.
Poco antes del viaje lo llamé:
–Hola ¿Cómo estás?
–Bien Ingeniero todo bien.
–Oye, estoy pensando que te quedes a cargo mientras estoy ausente.
Me miró seriamente y un poco incrédulo. Finalmente, éramos amigos y creo que se sintió un poco obligado a aceptar.
–Está bien. ¿Qué tengo que hacer?
Realizamos juntos una breve lista de los temas a los que debería de dar atención. Pasaron los días y llegó el día del viaje y me ausenté.
A mi regreso llegué puntual, como cada día a la planta y en mi trayecto al área de ingeniería me topé con él quien muy serio me dijo:
–Ven, vamos a tu oficina.
Lo noté con cierta seriedad y decisión.
No sentamos. Sacó una hoja y la puso sobre el escritorio. Era un resumen de lo sucedido en mi ausencia, los temas atendidos y los nuevos que surgieron.
–Espero que te haya ido bien. Aquí está lo que me pediste.
Tomé la hoja y mientras procedía a hojearla comentó:
–Quiero pedirte una cosa.
Lo miré con atención, pues la cosa se escuchaba bastante seria.
–¡No me vuelvas a dejar a cargo de esa silla! ¡A mí déjame en mi laboratorio!
Tengo que aceptar que quedé algo sorprendido. En mi opinión, no le había pedido nada extraordinario. Sin embargo, para él, un técnico de hueso colorado, a pesar de contar con la preparación requerida, prefería hacer “su ciencia” que dedicar esfuerzo al tema de la gestión, el negocio y la gente.
Lección aprendida
Uno de los puntos recurrentes que he visto a lo largo de los años es el de especialistas que han sido promovidos a puestos de gestión y gerencia. Estos expertos realmente brillan en el ejercicio del trabajo especializado y técnico. Lo suyo no es la planeación, ni estar pendiente de la gente, ni estar pensando en los sistemas. Aunque existe otro escenario, que simplemente no sea el momento para ellos de asumir funciones gerenciales.
En aquel momento entendí ese punto y más adelante, adentrándome en temas de administración conocí lo común de esta situación y de cómo afecta a las empresas y los mismos especialistas disfrazados de gerentes.
Como organizaciones pensamos que la gente puede y quiere crecer a las posiciones gerenciales. Sin embargo, no siempre es así. Hoy yo estoy convencido que una persona puede crecer en uno de dos ejes. El gerencial o el especializado. Desgraciadamente, en muchas empresas, las oportunidades de crecimiento solo están en uno de los ejes y la gente se ve “forzada” adoptar esas posiciones.
Como organizaciones tenemos que aprender a seleccionar y desarrollar a nuestros futuros mandos y a la vez seleccionar a nuestros futuros especialistas. Ambos son de valor, ambos son necesarios, aunque no siempre pueden ser la misma persona. Se requieren competencias diferentes, pero sobre todo el gerente debe tener una pasión por la gente, los sistemas y gestión. Sin ello, el especialista promovido en gerente, al poco tiempo tenderá a orbitar a la realización de actividades expertas dejando de lado la importante labor de la gestión.