Durante el proceso de rediseño del área de ingeniería a mi cargo, una de las razones principales de mi promoción a gerente implicó hacer crecer el área y ello implicó el crecimiento de la carga de trabajo. Eventualmente, llegó el momento que el Jefe de Pruebas se acercó conmigo a platicar.
–Ingeniero, fíjate que he estado pensado. Es mucho lo que tengo que hacer, son horas de preparar las pruebas y luego darle seguimiento.
–Entiendo. ¿Qué has pensado?
–Estoy pensando que necesito un apoyo. ¿Crees que sea posible contratar a un recién egresado para que me apoye e irlo formando?
–Si consideras que es necesario. Justifícalo y lo reviso con el gerente general y recursos humanos y te confirmo para iniciar el proceso de selección.
A los pocos días tras revisar con todos los interesados e involucrados en aprobar una nueva función, regresé con el Jefe de Pruebas para comentar.
–Ya nos autorizaron la posición. Necesito que te acerques con los responsables de selección de personal y que participes en el proceso para que encuentres a la persona ideal para el puesto.
–Así lo haré ingeniero. Gracias.
El jefe de pruebas se retiró muy animado y decidido a buscar a su mejor apoyo.
Pasaron los días, y algunas semanas, y finalmente, él junto con el área de selección de personal se decidieron por un candidato. Se siguieron todos los protocolos, era un joven egresado de las carreras de ingeniería y el Jefe de Pruebas habiéndolo entrevistado junto con otros candidatos, lo veía como la mejor opción. Procedimos a la contratación.
Empezaron a trabajar juntos, pasaron los meses y todo aparentaba ir bien. En aquellos días estaba yo concluyendo un diplomado en Liderazgo con muchos puntos interesante de aprendizaje y pensando como poder aplicarlos con mi equipo de trabajo.
Un día, viajando de regreso de una visita en el extranjero, el Jefe de Pruebas y yo nos encontramos varados en un aeropuerto esperando nuestro siguiente vuelo. Estábamos sentados y en eso voltea a verme y me comenta:
–Sabes ingeniero… no sé cómo decirlo. Pero nada más no me acomodo para trabajar con mi Ingeniero Jr.
Lo dijo en un tono muy serio y con algo de preocupación.
–¿A qué te refieres?
–Mira…yo soy una de esas personas que se lleva bien con todo mundo. Puedo trabajar con todos en la planta, excepto con él. Su forma de pensar, de actuar, de cuestionar todo. Nada más no…estoy pensando que debería cambiarlo.
Me quedé en silencio. Me sorprendió mucho su comentario, pues él directamente lo había seleccionado entre varios candidatos y ahora resultaba que no podían trabajar juntos. En eso vino a mi mente un ejercicio que habíamos hecho en el diplomado de Liderazgo, tenía que ver con un modelo de estilos de aprendizaje. En ese modelo se tienen 4 cuadrantes. Los perfiles contiguos colaboran entre ellos, pero los opuestos pueden tener serios problemas de colaboración, aunque si aprenden a trabajar juntos pueden dar resultados extraordinarios ya que se complementan.
–Te propongo algo. Antes de que tomes la decisión me gustaría que hagamos un ejercicio y en base a los resultados retomamos la conversación. Este ejercicio nos permitirá saber un poco más sobre cada uno y la forma de colaborar. Ya si no funciona, pues veríamos lo que comentas del reemplazo.
–Me parece bien. Lo intentamos.
Regresamos de nuestro viaje en el extranjero y junté a toda el área. Les expliqué que estaba aprendiendo algunas cosas en el diplomado y que era importante que cada uno de nosotros nos conozcamos. Y que, si me lo permitían, quería que respondieran un breve cuestionario. Así lo hicimos.
Obtuve resultados de todo el equipo, aunque en particular me interesaban las del Jefe de Pruebas y su colaborador. Cuando revisé los resultados resultó ¡qué estaban en cuadrantes opuestos! Así que llamé al Jefe de Pruebas.
–Ya tengo los resultados, quiero que los veas. Antes quiero explicarte como funciona el modelo.
Tras la explicación y la clarificación de los casos en los que puede haber malentendidos, procedí a mostrarle sus resultados.
–Mira este eres tú. Revisa lo que menciona el modelo sobre quien eres a ver si te hace sentido. Y luego quiero que veas esto, este es tu colaborador. Lee también sus resultados a ver si hacen sentido.
Así lo hizo y al terminar comentó:
–Definitivamente que nos describe. Somos nosotros.
–Fíjate entonces ahora en esto. Si revisamos los cuadrantes vas a notar que tú y él están en posiciones opuestas. Eso explica por qué no puedes llevarte bien con él. Sus formas de pensar son diferentes y eso hace que choquen. Sin embargo, esas formas opuestas se complementan. Lo importante es aprender a trabajar juntos.
En ese momento se abrieron sus ojos, y los míos también. Procedimos a platicar y a discutir formas en los que ambos podrían colaborar mejor.
Lección aprendida
Desde los tiempos de escuela, pensamos que formar equipos de trabajo es simplemente designar con el dedo a quienes integrarán un equipo. Sin embargo, es más complejo.
Como personas tendemos a favorecer a aquellas personas que piensan como nosotros y tendemos a “enemistarnos” con quienes piensan diferente. Un punto muy importante es que aprendamos primero a reconocer que no tenemos que ser iguales para colaborar. En la diversidad está el valor de los equipos. Sin embargo, trabajar en equipo implica conocernos, conocer a los demás, aceptar nuestras diferencias y de ese modo poder colaborar.
El trabajo de los mandos, de los gerentes, es conocer estos temas, saber como bajarlos a piso y orientar a la gente para que pueda colaborar. Los equipos se forman, desarrollan y mantienen. Es labor del mando o gerente dedicar el tiempo, a veces en gran cantidad, a estos temas.
A lo largo de los años me he encontrado con personal de mis clientes que desconocen estos temas y que tienen serios problemas para colaborar. No aceptan que los otros no piensen como ellos y no se dan cuentan de que simplemente están en posiciones opuestas de sus formas de ser.
El desarrollo del autoconocimiento y del conocimiento sobre los demás es un punto elemental para la colaboración.