Al poco tiempo de haber sido designado como gerente, uno de mis colaboradores, que ya conocía de tiempo atrás pues estábamos en la misma área, se acercó a mi cubículo y tocó la puerta.
–Que tal Inge. ¿Podemos platicar?
–¡Claro! ¡Adelante! Pasa, toma asiento.
–Inge…solo quería comentar contigo si es posible que pueda tomar vacaciones.
La pregunta me sorprendió bastante y no por la petición, sino por el tono de voz al preguntar. Sonó como si fuera algo, no diré malo, pero no bien visto. Eso causó inquietud en mi pues yo en el tiempo que llevaba en la empresa no había dejado de tomar mis vacaciones asignadas.
–¡Claro! Sin ningún problema ingeniero. ¿Te puedo preguntar algo?
–Sí, dime.
–¿Cuándo fue la última vez que saliste de vacaciones?
Vaciló por un momento y luego me miró y dijo:
– 7 años ingeniero. Me toca tomarlas, pero siempre surgía algo y de un modo otro, pues me justificaba a mi mismo a estar aquí. Y la verdad es que quiero llevar a mi familia de viaje.
–No te preocupes, realiza el trámite de la solicitud de vacaciones y yo lo autorizo.
Sonrió y salió animado a llenar sus papeles. Por el tiempo que tenía en la empresa le tocaban bastantes días y se tomó un par de semanas. Al cabo de estas, regresó a saludarme, al verlo expresé:
–¡Qué tal ingeniero! ¿Cómo te fue? Pasa, toma asiento.
–Bien ingeniero…
–¿A dónde llevaste a tu familia?
–A Canadá, fuimos mi esposa, mis 2 hijos y yo.
Su mirada estaba un poco apagada, no quise presionar, nunca he sido indiscreto. Tras una pausa continuó y en eso exclamó:
–Sabes…en este viaje me di cuenta de que mi familia no me conoce y yo no la conozco a ella.
Honestamente me quedé asombrado con la declaración y con la confianza para contármela a mí.
–Mientras estábamos de viaje, noté que mi hija y mi hijo se agrupaban con mi esposa y yo me quedaba atrás. Entre ellos hablaban y se reían y yo no entendía sus chistes y su dinámica. Me sentí completamente desconectado de ellos.
Charlamos un poco más. Se levantó, sonrío y se dirigió a su cubículo para retomar sus actividades.
Lección aprendida
Mucho nos dicen que nuestro trabajo es nuestra segunda casa y que, en ocasiones, pasamos en él más tiempo que en nuestro propio hogar. Creo que un joven, al inicio de su vida laboral, dedica mucho tiempo para arrancar su carrera con el fin de luego lograr la estabilidad que le permita balancear varios aspectos de su vida. Sin embargo, un colaborador con muchos años de estar en la organización que no logra desconectarse de su trabajo termina por sacrificar a su primera casa, su hogar.
Aquel comentario me dejó inquieto y me hizo cuestionar como quería yo avanzar hacia delante y el cuidado que debía tener para no sacrificar algo que, para mí, es muy importante y que es la familia.
Inclusive, en una ocasión en un programa de desarrollo directivo, me tocó escuchar bastantes historias de gerentes que habían perdido sus primeros matrimonios por el trabajo o que habían perdido también la conexión con sus familias por estar todo el tiempo trabajando.
A lo largo de los años me he encontrado situaciones similares a estas en bastantes de las empresas con las que he colaborado, gente que vive en sus empresas y que ha fracturado sus familias. Yo no soy nadie para juzgar la situación de cada persona, sin embargo, creo que cada uno tiene que valorar y balancear lo que es importante en su vida. El reto más grande es no perderse en el camino. Y aprender a balancear no es fácil. Es necesario poder establecer prioridades claras y tener la convicción de apegarse a ellas. He sabido de familias que se han fragmentado por que uno de los miembros se dedico solo al trabajo y, por otro lado, he conocido personas que, ante la convicción de dedicarse a sus trabajos, decidieron no formar una familia.
Lo relevante es tener claro que cualquiera que sea nuestra decisión hay consecuencias que van más allá de nosotros mismos y debemos de tomar en consideración a los otros que se puedan ver afectados.