Aunque hoy debo de aceptar que mi carrera universitaria no haya sido la mejor elección, en su momento le agarré cariño y me decidí a desempeñarme en ella de la mejor manera. Mi ilusión más grande en aquel momento: ser ingeniero de diseño.
Después de varios años lo logré, tras haber egresado del programa de búsqueda de talento para un grupo industrial mexicano, obtuve una posición en manufactura y luego de un tiempo logré moverme al área de ingeniería del producto.
Eventualmente acabé como ingeniero de producto con la responsabilidad coordinar los esfuerzos de diseño utilizando programas de análisis avanzando. ¡Un sueño hecho realidad! Recuerdo haber invertido en una calculadora científica avanzada y varios libros de diseño y puse manos a la obra durante un año.
En ese año pasó que la gerencia de operaciones de maquinados (manufactura) quedó vacante y nuestro jefe, el gerente de ingeniería, pasó a asumir dicha posición y a dejar vacante la gerencia de ingeniería por varios meses.
Un día, sin avisar, se presenta el gerente general de la planta e informa que el superintendente de ingeniería, el jefe de pruebas y uno de los responsables de calidad, todos ellos con larga carrera en la empresa sería sujetos al proceso de selección para la posición de gerente. En eso, voltea y me mira:
–Y tu también vas al proceso de evaluación.
No sé quien tuvo la mirada más sorprendida, si yo o mis compañeros. Y ¿yo por qué?, me pregunté a mi mismo. Esa es historia de otro largo relato, pero como egresado del programa de búsqueda de talento, había pasado largas horas preparándome en temas de gestión.
Avanzando unos meses hacia delante, yo acabé como gerente. Y tuve que realizar la reestructura del área. Esto incluyó la contratación de nuevo personal y el rediseño de las oficinas del área. El rediseño de las oficinas fue un reto y una incomodidad por los trabajos de remodelación. Sin embargo, un día se concluyó. Dentro de esos trabajos quedó un espacio donde los ingenieros de producto y de diseño podían ser vistos trabajando a través de un cristal. Le llamamos “la pecera”.
Un día al terminar el día, ya se habían ido casi todos y me disponía a retirarme e hice un alto y me quedé mirando hacia “la pecera”. Las computadoras, los enormes monitores, los planos, la impresora de planos. Estaba yo contemplado cuando se acerca un amigo, se para junto a mi a observar y me pregunta:
–¿Te gustaría ser tú el que estuviera ahí dentro? ¿O no?
Me cayó como balde de agua fría la pregunta. La respuesta emocional, en el fondo, era que sí. ¡Yo quería estar ahí! Haciendo cálculos y haciendo diseños. Me quedé en silencio procesando mis emociones.
–Sabes…tienes razón. Yo quisiera estar ahí. Pero si yo no estuviera aquí, en la posición de gerente. Eso que estamos viendo, esa área rediseñada, con gente nueva, con nuevos procesos y métodos de trabajo. Todo eso no estaría ahí y ellos no estarían ahí. Era necesario que yo estuviera aquí, para que todo esto fuera realidad.
Lección aprendida
En aquel momento entendí cuál era mi rol como gerente. Mi papel no era operar o ser el más técnico. Mi trabajo era gestionar, planear, organizar, conseguir recursos, ser el vínculo con la gerencia general, atender clientes, convencerlos, coordinar interacciones entre áreas, hacer presupuestos, implementar sistemas de gestión.
Esta situación fue reveladora para mí. Con el tiempo aprendí que aún hay gerentes que no han tenido esta oportunidad y aún se enfocan más en operar que en gestionar. Jamás han aceptado, entendido o conocido que su trabajo no es ser el experto, su trabajo no es ser el técnico o el especialista. Su trabajo es facilitar el trabajo de los demás. Su trabajo, como alguna vez fue el mío. Es sentarse a asegurar que la “pecera” funcione y mirarla desde fuera.