En una ocasión, en clase de Termodinámica, el maestro planteó una situación en el pizarrón y comenzó a demostrar como se podía darle solución matemáticamente. El maestro era un Doctor en Ingeniería, sumamente respetado, todo un personaje con una mente prodigiosa. De origen extranjero hablaba un español muy particular. Era una persona muy tranquila y con una vocación por la enseñanza.
Todos veíamos con atención como las ecuaciones se iban convirtiendo en una solución final a la situación planteada. Al finalizar la demostración el maestro se volteó hacia el salón:
–¿Queda claro? ¿Alguna duda?
Todos mirábamos tratando de entender, todo se veía bien. El Doctor era muy metódico y ordenado, quedaba poca duda de cómo había resuelto la situación. En eso, un compañero, también extranjero, que había tomado interés en la materia y estudiaba a fondo el tema, levantó la mano y un poco engreído comentó:
–Así no se resuelve eso.
Se hizo un enorme silencio en el salón y, tal vez no tanto por el cuestionar al Doctor, el cual era conocido por escuchar y aclarar las cosas, sino por el tono retador y cortante de la expresión. El Doctor lo miró tranquilo y expresó:
–¿A qué se refiere? ¿Podría explicar un poco?
–Ese método no es el correcto, existe uno planteado por un autor en un libro y difiere de lo que usted plantea.
A continuación, procedió a explicar ampliamente el método de aquel autor, del cuál no recuerdo el nombre. Mencionó que el enfoque “supuestamente correcto” era llevar las ecuaciones por un camino diferente al planteado por el Doctor. El Doctor lo escuchó pacientemente antes de comentar:
–Entiendo lo que dice. Sin embargo, ¿llegamos a lo mismo? ¿O no?
El compañero tuvo que aceptar que al final la respuesta era la misma, aunque el método hubiera diferido de lo que planteaba aquel autor. Entonces, en su voz calmada y con su tono extranjero el Doctor agregó:
–Lo que sucede es que ¡todos los genios llegamos a las mismas conclusiones!
El grupo estalló en una carcajada ante el comentario.
Lección aprendida
En el mundo empresarial, es común que especialistas no estén dispuestos a abrir su mente y a aceptar que existen métodos alternativos, en ocasiones más eficientes, para lograr los resultados.
Hoy los sistemas de gestión están redactados de tal manera que expresan el qué y no el cómo. Este último está a discreción de la empresa y es posible encontrar múltiples enfoques para una misma situación. A lo largo de los años, me ha tocado ver auditores externos que solicitan a las empresas que cumplan dichos sistemas de una forma muy específica, generalmente la que ellos conocen. No están abiertos a la posibilidad de que las empresas y su personal puedan llegar a cumplir un requerimiento de una forma “alternativa”.
La realidad es que no existe, en muchos casos, una verdad absoluta, sobre todo en temas de gestión. Existen buenas prácticas y éstas se pueden adaptar a las organizaciones arrojando versiones “diferentes” para lograr resultados similares. El estar abierto a las opciones ha sido de gran utilidad para mí a lo largo de los años. Tengo que aceptar que en ocasiones me cierro un poco, sin embargo, luego recuerdo las palabras del Doctor y procedo a abrir mi mente a nuevas posibilidades. Algo muy importante en el mundo de la calidad y de la gestión.