No estaba listo el día que mi entrenador me dijo, cuando era adolescente, que lo supliera en la clase (porque era yo de los avanzados), pero lo hice. Con el tiempo suplí más clases, aprendí replicando lo que el hacía.
No estaba listo el día que mi asesor de tesis sugirió usar, para validarla, un software que tenía la universidad y que nadie sabía usar. Simplemente tomé el manual y me metí de lleno a aprender, le jugué por un lado, por el otro, hice experimentos una y otra vez hasta que logré armar un modelo funcional que sirviera.
No estaba listo el día que mi equipo decidió usar en nuestro vehículo off-road una transmisión de motocross usada. Simplemente la agarré, la desarmé, la volví a armar, una y otra vez, hasta que podía hacerlo casi con los ojos cerrados.
No estaba listo el día que, como practicante, el Director Nacional de ventas me llevó a la asociación del giro de la empresa, me presentó a una persona, le pidió que me diera un archivo y que ahora yo me dedicara a hacer un análisis y un reporte que serviría para planear la producción. Me senté a ver el archivo en Excel (que no sabía usar), abrí la ayuda y me la leí entera. Luego me puse a jugar con el archivo hasta que logré hacer el reporte que apoyó a la empresa.
No estaba listo el día que me pidieron tomar el proyecto de reducción de cambio de modelo, simplemente agarré la teoría del curso que había tomado, me fui al área, observé, hablé con el almacenista, le propuse una idea, la aprobó el gerente, la echamos a andar y ¡funcionó! Seguí la buena práctica (evité descubrir el hilo negro).
No estaba listo el día que el gerente general nos pidió tomar las riendas de un proyecto estratégico que se había retrasado, un amigo y yo solo habíamos comentado que no se iba a lograr a tiempo y que lo estaban llevando mal. Pero agarramos el toro por los cuernos, armamos un equipo y nos enfocamos en sacar el proyecto. Muchos traspiés en el camino, pero finalmente lo logramos.
No estaba listo el día que el gerente general, ahora mi jefe directo, me pidió el primer mes de haber sido yo nombrado gerente, quedarme a cargo de la planta porque se iba de vacaciones. Pero respiré y apliqué lo que había aprendido y delegué para sacar las cosas.
No estaba listo el día que tuve que armar una propuesta para lograr armar a mi área de una infraestructura y no tener presupuesto para ello. Me torturé pensando que no se podía hasta que encontré una forma, la propuse, la aceptaron y logramos salir adelante.
No estaba listo el día que hubo un problema nacional con el producto y hubo que hacer un retiro de mercado. Fue un problema heredado y yo tuve que hacerle frente. Nuevamente, seguí el manual y buenas prácticas, a muchos no les gustó, me mantuve firme, fue una buena decisión. Luego se corrigió todo y seguimos adelante.
No estaba listo el día que decidí independizarme y mi plan no funcionó y de repente un cliente me pidió hacer algo que sabía hacer, pero no lo tenía estructurado. Compré un libro, sobre consultoría, lo leí y me fui paso a paso. Logré el proyecto, aprendí mucho.
No estaba listo el día que un cliente me pidió si podía diseñar una capacitación innovadora para atender un problema que tenía que resolver de ya y que era parte de algo esencial para la supervivencia del negocio. Agarré una hoja, establecí la necesidad, y me puse creativo. Salió un evento que funcionó a la perfección y apoyó el objetivo. Ese evento se volvió a dar por años como reforzamiento y al final compraron los derechos. Fue el primero de varios desarrollos de talleres vivenciales.
No estaba listo, nunca estás listo. Simplemente decides entrarle y aprovechar todo los que has aprendido antes. Construyes sobre la marcha, aprendes sobre la marcha, pero siempre prepárate previamente para tener al menos idea o noción de por donde van las cosas.
Lo más importante es, sobre todo, jamás decirte a ti mismo que no puedes. Puedes decirte a ti mismo que no sabes, pero jamás de los jamases que no puedes. Sí puedes, y seguramente no estás listo, pero ¿cuándo fue eso un obstáculo?