Aprender es un verbo


Cuando estaba por terminar la primaria, mis papás realizaron un viaje a Puerto Rico con Rotarios. A su regreso, mi papá trajo una pequeña «computadora de bolsillo» TRS-80 de Radio Shack. Venía en inglés y traía un manual. Me la dio para que viera lo que podía hacer. En esa época nadie sabía de computadoras, no había libros accesibles y no había a quién preguntarle. Así que empecé a leer el manual y a hacer ensayos escribiendo pequeños programas, pero no funcionaban. Leía, probaba, movía cosas, volvía a leer, volvía a fallar una y otra vez hasta que logré que hiciera algunas cosas. Aprendí mucho.

Mientras estaba en la carrera (antes de YouTube y el Internet), decidí hacer mi tesis sobre la validez del software de simulación en lugar de los métodos manuales de cálculo. En aquel entonces, la universidad había adquirido un programa llamado DADS, pero nadie sabía usarlo. Mi asesor de tesis sugirió que lo usara como parte de la tesis. Me dieron los discos (no había USB en ese entonces), un «candado» (un dispositivo que se conectaba a la computadora para que funcionara el programa) y un par de enormes manuales.

En aquel momento, no había a quién preguntar. No había nadie más que supiera cómo funcionaba el asunto. Así que no me quedó más opción que leer el manual, aprender sobre el cálculo manual y luego iniciar un largo y tedioso proceso de armar modelos en el DADS para ver si podía replicar el cálculo. Prueba tras prueba, ensayo tras ensayo, error tras error, pequeñas victorias, más lectura, más análisis, más pruebas. Aprendí mucho sobre la elaboración de modelos para el análisis computarizado.

Cuando conseguí mi trabajo de becario, acabé de asistente del director comercial nacional de ventas de una empresa. Me dijeron que mi trabajo consistía en analizar datos en Excel y presentarlos adecuadamente. Yo sabía poco de Excel y de procesamiento de datos de negocio, y en la oficina, nadie sabía nada tampoco. Pasé horas leyendo la ayuda de Excel, hice experimentos, pero no funcionaron. Leí más, puse fórmulas, pero aún no funcionó. Otra vez a leer y experimentar hasta que finalmente lo logré. Aprendí mucho sobre Office y Excel, pero también aprendí cómo organizar los datos para obtener gráficas útiles.

De la misma forma que en estos tres casos, aprendí a hacer procedimientos, diagramas de flujo, planes de control, AMEF’s, planeación estratégica, presentaciones, cursos, propuestas comerciales, correos de negocios, el manejo de la agenda, a realizar explicaciones, a dibujar, a escribir un podcast, a ejercitarme para rehabilitar mis lesiones, a comer para estar sano, a escribir un diario y mil cosas más.

A veces hay a quién preguntarle, a veces no. A veces hay videos y páginas en internet que consultar, a veces no. A veces hay manuales y libros, a veces no. Sin embargo, en todos los casos, lo que sí hay es la posibilidad de ejecutar, equivocarse, reflexionar, conseguir información y volver a empezar. Es un proceso que todos los humanos seguimos para aprender, pero que en algún momento de la vida adulta se deja de lado. Es como un músculo, si no lo usas se atrofia.

Más allá de los métodos, técnicas y demás cosas para el aprendizaje, la verdadera y única forma de aprender es haciendo, no leyendo, no viendo videos, no preguntando. Solo haciendo. Lo demás nos ayuda, pero es la ejecución la que brinda el aprendizaje. Lo que sea que quieras aprender, no te pierdas buscando información y consejos. Ármate de valor y empieza, sabiendo que al principio y durante un tiempo serás malo y lento, pero con el tiempo, una buena técnica y práctica, te volverás rápido y bueno.

Aprender es acción, aprender es ejecución.